Hoy regresamos a nuestra rutina de terapias luego de casi 4 semanas sin ir. Para Nicolás fue normal salir de su escuela y llegar al centro. Desde que íbamos para allá empecé a decirle que visitaríamos a Alex (su terapista) el repetía su nombre pero seguía diciendo Nora, Sara (los nombres de sus antiguas terapistas). Con Alex llevaba un mes antes de que llegaran las vacaciones de la navidad, así que apenas estaba adaptándose a ella.
Yo siempre me quedo en una sala de espera mientras el termina su terapia. Hoy mientras esperaba mire a uno de tantos niños que visitan el centro. Su mamá venia con él, el no caminaba y usaba una silla de ruedas, no podía hablar ni podía moverse, tan solo podía mover sus ojos. No pude evitar no mirarlos pues su mamá se sentó justo en frente de mí. Quizás tenía la misma edad de Nicolás pues era aun pequeño.
Mis ojos se llenaron de lagrimas porque pensé en Nicolás, pensé en como a veces me quejo de su hiperactividad, de que no está quieto, de que se la pasa saltando de un lugar a otro, de que mira la televisión de cabeza. Como me puedo quejar de ese regalo tan grande que la vida me dio, apenas salió lo abrace muy fuerte él no tenía idea de porque lo hacía pero respondió a mi abrazo como siempre lo hace.
Recuerdo como hace casi exactamente un año no sabía si Nicolás hablaría. Muchas veces pensé que jamás diría mamá y menos que me podría decir que me ama. Ahora lo hace, lo grita, me abraza, me llena de besos y me dice que me ama.
Hace dos años atrás él ni siquiera tenía sonidos. No puedo pedir nada mas, no importa si no habla frases completas, si no podemos sentarnos y tener conversaciones largas de algún tema en especial, o si no podrá ir a la mejor escuela de esta ciudad o si quizás jamás llegue a ir a una universidad.
Importa hoy, porque se puede comunicar conmigo, ahora puedo saber que quiere hacer, que quiere comer, que quiere mirar en la televisión, aunque aun me cueste entender todo y a veces tengo que hacerle de adivina, puedo decir que su progreso es gigante.
Además de todo esto, Nicolás está sano y es capaz de reír a carcajadas y darnos felicidad a quienes estamos junto a él, es capaz de correr, de saltar, de jugar. Estoy aprendiendo que verlo feliz me hace feliz. Mi impotencia de no saber cómo ayudarlo al 100% a veces aun la siento pero ya no me siento culpable.
Tuve que pasar por varias cosas, muchas pruebas, visitar médicos, analizar mis genes con los de Nicolás y solo así pude entender que no es mi culpa y que nada de lo que ha pasado en estos años fue a causa mía.
Aunque he leído mucho y sabia que el autismo no tiene una causa real y comprobada algo muy dentro de mí me decía que yo tenía culpa de algo y eso me lastimaba y no me dejaba disfrutar de tenerlo junto a mí. Debí escuchar al médico, a la gente que me quiere, a mi esposo, pero lo principal debía sentirme sin culpa.
Hoy le doy gracias a la vida por darme un niño sano, un niño entero, un niño feliz y lleno de energía y vida. Hoy miro a mi alrededor y estoy segura que no pude recibir mejor bendición que a mi pequeño Nicolás tal cual como es el.
Aun queda mucho por recorrer, esto apenas empieza pero como siempre digo, somos un equipo y lo vamos a seguir logrando.